Madre solo hay una. O Uno, dos, tres.

Por Patricia Cardona Roca

La carretera se estrechaba y se oscurecía. Otro verano. Otra semana en la casita del pueblo. Otro, otra. Siempre lo mismo. Me aburro. ¿Y si cojo el volante, le doy un empellón mientras él conduce, nos estampamos y morimos los dos? No quiero que solo sufra mi familia. Que sufran las dos. Voy a ello. 

—¿Qué coño haces? 

—Acabar con todo.

Tengo frío. Mucho. Mi infierno es frío. Odio el frío. Él era un santo. Estará en el puto paraíso. Se lo merece. Y yo, desde luego, merezco esto. Aunque pensaba, en mi ignorancia, que ya no había infierno y que todos íbamos al cielo. Si lo llego a saber me quedo viva y con calefacción. 

¡Joder! Qué dolor de espalda. Y además estoy ciega. Me he cubierto de gloria. Ahora, ¿cómo me mato una segunda vez? Bueno, igual el infierno de la segunda muerte es aún peor. Puede ser que haya más vidas aunque mi religión diga que solo hay una. Tengo que meditarlo.

Si lo llego a saber me quedo viva y con calefacción. 

—Si en una semana no responde la desenchufamos —escucho.

¡No estoy sorda! 

¡Guay! O no, no sé. Parece que esta vez la decisión no es mía. Estoy viva. En una UCI de algún lugar. ¿Estará mi familia o la suya por aquí? Tengo que morirme porque no quiero darle explicaciones a nadie. Como él esté vivo y lo recuerde todo voy a perder la poca reputación que me quedaba. Ya sería mala suerte porque Álvaro muy majo, muy majo, pero no se acordaba de mi cumpleaños, ni de mi santo —Me llamo Pilar—, ni de llenar el depósito de gasolina, ni de tirar de la cadena. 

—Se ha movido.

¿En serio me he movido? El puto instinto de supervivencia.

—Nos ha oído. Debemos cuidar mucho lo que decimos. 

No, por favor, prometo no moverme más. Largad por esa boquita. 

Han salido de la habitación. 

Escucho pasos. Me parece que esos son los tacones de mi madre. No sé cómo sentirme.

—¿Me puedo quedar con ella a solas? Gracias. Sí, solo diez minutos. 

—Hija, Álvaro está casi ileso. Ya sabes que los cinturones y los airbags están diseñados para hombres y que las mujeres tenemos un 50% más de probabilidades de sufrir fracturas craneales. Estás hecha un cristo. 

Muevo un poco un dedo. Y mi madre me coge de la mano.

Ya sabes que los cinturones y los airbags están diseñados para hombres…

—Tengo varios planes y ninguno incluye que tu marido te lleve a juicio o que su familia intente matarte. Sí, hija, sí, se acuerda de que le diste un empellón al volante. Yo lo creo. Y tú sabes que es verdad. No somos tan diferentes. 

Muevo el dedo de nuevo como gesto de cariño que, en realidad, no se distingue de un espasmo cualquiera.

—No gastes energía. Escucha, plan uno: me encargo de Álvaro. Aunque corremos el riesgo de que su familia insista en la denuncia. Plan dos: en cuanto estés mejor te secuestro del hospital y te cuida nuestra amiga la doctora Shuan en la casa de campo, una casa que ni tú conoces, ya te contaré si decides esta opción. Plan tres: me encargo de ti si lo que querías era morir. Dime qué opción prefieres la uno, la dos o la tres.  


Texto: Patricia Cardona

Imagen: Noëlle


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