Me encantan los toros. Siempre me han gustado, desde que era chico. Son animales fascinantes. Su fuerza, su templanza, su calma. ¿Y su color? Negro con notas canela, grosella, ciruela, casi iridiscente. Cuernos astifinos, bizcos, cornigachos, cubetos… cada uno indicador de su desarrollo y, por personalización, cosa que nos encanta a los humanos, su carácter. Son una obra de arte perfecta.
Mis padres siempre iban a la fiesta de los toros, pero nunca me llevaban. 
—Otro día, pitufo, cuando tengas 10 años —me decían.
Y me dejaban en casa de mi abuela, abuelita la llamaba yo. Esas tardes las pasábamos dibujando toros. Era nuestra fiesta. Para cenar me preparaba una sopa de ajo y veíamos, frente a su televisor, en blanco y negro, «Un, Dos, Tres…responda otra vez». En casa aún no teníamos tele y cuando queríamos ver películas del Oeste o de Alfred Hitchcock íbamos a casa de mi abuelita.
Por fin llegó el día, cumplí diez años el 30 de mayo de 1982. Como regalo me llevaron a lo que luego se conocería como la Corrida del Siglo en Las Ventas. Un día histórico en el mundo taurino.
Me preparé muy bien, iba a ser uno de los días más importantes de mi vida. Llevé conmigo mis lápices, mi cuaderno de dibujo, mis rotuladores e incluso una cámara de fotos.
Llegamos a Las Ventas, había un gentío… La mayoría de las personas iban muy acicaladas, estaba claro que era una fiesta. A las que estaban en la cola, les empecé a enseñar mis dibujos de toros y a todos les gustaron.
—Muy bonitos, guapo, muy bonitos. —Sus palabras me hacían sentir que estaba en el lugar correcto.
—Mamá, ¿en la plaza estarán todos los toros?
—Sí, pitufo.
—¿Cuántos caben?
—Caben muchos, pero salen de uno en uno.
—¿Se hace una fiesta para cada uno?
—Sí.
—¡¡Qué guay!! ¡¡Una fiesta para cada uno!! ¿Se les canta cumpleaños feliz?
—Ja, ja, ja, no, no se les canta, pero se vitorea.
—¿Qué es vitorea?
—Ya lo verás, pitufo.
—Ya soy mayor, a partir de ahora me llamas Juan.
Estaba feliz. Impaciente. Quería ver a miles de toros.
Llegamos a las gradas de Sol. Hacía mucho calor. Estábamos como sardinas en lata y sudábamos como pollos.
Salió el primer toro. Corrió al centro de la plaza.
—¡Mamá! El toro tiene una cosa clavada. Tiene sangre.
Mi madre me cogió de la mano y no me dijo nada. Mi padre me miró y me hizo una señal para que me callase.
Salió un caballo montado por un señor con una lanza. ¡También hay caballos! —Mi exclamación fue recibida con el mismo gesto de mi padre y apretón de manos de mi madre.
Entonces comenzó la corrida y el desvanecer de mi infancia. Vi cómo el picador embestía al toro. El toro se alejó quejoso, para luego correr y embestir al caballo. El suelo de la plaza temblaba ante el trote salvaje de mi animal preferido.
—¡Al caballo no! ¡Al caballo no! ¡No es el caballo el que te pincha! ¡Mamá! Tenemos que pararlo. ¡Noooo!
Mi padre se fue, me dejó con mi madre y sus amigas. 
—Hijo, hoy te vas a convertir en un hombre, como tu padre. Sé fuerte. Aguanta. Mira al torero y cómo se mueve delante del toro. Es un arte.
Entraron al ruedo otros señores con lanzas más pequeñas, se las clavaron, el torero capeaba a un toro sangrante, exhausto. Se me cortaba la respiración, los ojos se me llenaban de lágrimas, me corrían por las mejillas, gritaba por dentro, un grito sordo, crujía por dentro. A cada banderilla, maldecía, a cada embiste animaba a mi equipo, al Equipo Toro. Mascullaba entre suspiros parad, parad, no matéis al toro, mi madre me pellizcaba para que me callase. Me subía la sangre por la garganta. Mi equipo tenía todas las de perder.
Cuando el toro ya no tuvo fuerzas el torero le clavó la espada y lo mató. El pleno del coliseo lo celebró. Vitoreaban al torero. Sacaron pañuelos blancos, salieron unas mulas y arrastraron el cadáver. Salí corriendo como una comadreja
—¡Juan, Juan! ¿Qué haces? ¡Ven aquí!
Seguí corriendo hasta que encontré el patio de arrastre, me abalancé sobre el toro, le faltaba una orejita.
Los mocos de mis llantos se mezclaban con la sangre del toro. Entraron mi madre y mi padre, pidieron perdón a los trabajadores y me dieron varios azotes en el culo.
—Lo siento, lo siento no he podido pararlos, no voy a dejar que maten a tus amigos, ¡esto no es una fiesta!, ¡no es una fiesta!
Los mocos de mis llantos se mezclaban con la sangre del toro. Entraron mi madre y mi padre, pidieron perdón a los trabajadores y me dieron varios azotes en el culo. Me sentaron de nuevo en las gradas. Los gritos, el olor a cigarros, a vino, a sudor… los sentía como un adhesivo que llevaré siempre conmigo, junto con la culpa.
—Menuda corrida nos está dando el niño —decían mis padres.
Al llegar a casa me metieron en la bañera, luego en la cama. Mi madre me dio un beso en la frente.
—Ya verás, luego te gustará.
Mi padre pasó por delante de la puerta de mi habitación y dijo:
—La próxima o te portas bien o no vienes. No se te puede llevar a ningún sitio.
Por la mañana me fui de casa de mis padres. Metí en mi maleta todo lo que necesitaba: mi cuaderno con mis lápices y rotuladores, mi Game Boy con el juego de tenis de Snoopy, El libro de la selva y a Nicola, mi ovejita. Crucé la puerta y entré en casa de mi abuela, que vivía en el mismo rellano.
Le conté a mi abuela todo lo que había pasado y que ya no quería vivir con los papás. Ellos eran del Equipo Torero y yo era del Equipo Toro y no podíamos vivir juntos. Mi abuela me sentó en su regazo, me escuchó, me dejó llorar todo lo que necesité.
—Abuelita, quiero hacer la fiesta de los toreros y matarlos a todos.
—¿Quieres un vaso de leche y hablamos de cómo hacerlo?
—¡Vale!
—¿Cómo los piensas matar?
—Con la espada, igual que hacen ellos.
—Hay muchos toreros.
—¿Cuántos?
—Muchos, más de cien. Pitufo, la violencia no es la manera.
—¡¡Ellos han empezado primero!! ¡Me has dicho que me ibas a ayudar!
—Y te voy a ayudar. Puedes impedirlo, puedes hacerte abogado, montar una asociación, hacerte activista, músico…
—¿Qué? ¿Qué tengo que hacer?
—Para cualquiera de las cosas tienes que estudiar y prepararte muy bien. Serán unos años.
—Noooo, no quiero. ¿Qué es activista?
—Es una persona que lucha por una causa, es lo que eres tú. Algunos lo hacen con la música cantando canciones que hacen que la gente se dé cuenta de que algo está mal.
—¿Qué es una causa? ¿Los toros son una causa?¿Y con mis dibujos también vale?
—Sí con tus dibujos también lo puedes hacer.
—¡Vale! Pues voy a hacer más dibujos de toros, muy bonitos, y los voy a poner en las paredes de plazas para que la gente vea lo bonitos y buenos que son y ¡no los maten más!
Cincuenta años más tarde en la prensa:
Juan Toro, el artista plástico autodenominado toreromaquio, sospechoso del homicidio de Emilio Puebla —el matador que apareció en un prado, desnudo y con sus propias orejas en la mano—, ha sido encontrado sin vida en su domicilio de Valencia. En su atril se ha hallado una nota: «Querida abuelita, he dedicado cincuenta años de mi vida a pintar por la paz y por despertar conciencias. No he logrado nada. La lucha interna y la ira que he acumulado me han envenenado. No estoy orgulloso de lo que he hecho aunque deseo que esta última exposición al aire libre y mi partida me ofrezca treinta segundos en el noticiero y alguien despierte. Emilio, no sufrió, lo anestesié.
Ahora nos vemos, abuelita. Deseo que me recojas en tu regazo. Por favor, perdóname.»
La guerra y la sequía siguen causando estragos en Oriente Medio…
Texto: Patricia Cardona
Imagen: Noelle Mauri
Escucha Estoy a favor de los toros en la voz de Patricia
Una respuesta
Impactante el relato”Estoy a favor de los toros”, me ha gustado.