Manual para la perfecta anfitriona

Por Pilar Pérez

Organiza una comida para la familia. Para celebrar tu cumpleaños o tu aniversario de boda. O la Navidad o el día de Reyes. Envía las invitaciones. Antes una tarjeta en un sobre con el destinatario escrito a mano. Ahora una llamada telefónica o un WhatsApp servirán. Confirma que tus invitados están disponibles y que conoces sus restricciones dietéticas y alergias alimentarias.

Decide el menú. Haz la lista de la compra. Asegúrate de que tienes todos los ingredientes. Luego olvida los más importantes. Vuelve al supermercado justo antes de que cierre, ponte muy nerviosa. Olvida el paraguas y empápate cargada con las bolsas. Empieza a cocinar el día antes.
Muele las almendras. Bate enérgicamente el azúcar con los huevos y la ralladura de un limón hasta que blanqueen. Consigue una textura aireada y esponjosa. Vuelca la mezcla en el molde.
Asegúrate de precalentar el horno. Quémate la mano al sacar la bandeja. Véndala. Dibuja la cruz de Santiago con el azúcar glas sobre el bizcocho. Prepara los guisos. Uno de carne, otro vegetariano. Utiliza todos los fuegos de la cocina. Mancha todas las ollas, vuélvete loca con el ruido de la campana extractora. Acuérdate de los aperitivos. Los tomaréis en el salón. Necesitas servilletas de papel. Las de tela son para la mesa.

Ahora una llamada telefónica o un WhatsApp servirán.


Elige el mantel blanco bordado. Está arrugado. Plánchalo. Descubre una pequeña mancha de vino en una esquina. Decide que la taparás con la servilleta y que te sentarás en ese lado, cerca de la cocina para poder traer y llevarlo todo. Pon la mesa. Cada plato, cada fuente, cada cubierto te recuerda una historia tan antigua que te parece verla en blanco y negro. Las copas de champán tienen polvo, límpialas. Fueron un regalo de boda que guardas para las grandes ocasiones. Eso te recuerda que tu marido sigue sentado frente al televisor. Eso te recuerda que tienes un marido.
Eso te recuerda que a veces lo olvidas. No has comprado las flores. Obviamente no eres la señora Dalloway. Tu marido no entiende por qué son importantes y sube el volumen.
Ponte guapa. Lávate el pelo. Maquíllate. Descubre que la cremallera del vestido que pensabas ponerte no te cierra. Tu marido tampoco entiende por qué eso también es importante cuando te echas a llorar. Ponte otro vestido, uno que en realidad no te gusta y límpiate el rímel corrido.
Mánchate los dientes con el lápiz de labios. Atiende el timbre de la puerta. Saluda a tu hijo y su mujer con una copa de champán. Tu nuera dice que no quiere alcohol. Sorpréndete rezando porque no esté embarazada. Miras con disimulo su vientre. Parece tan plano como siempre y eso te relaja solo un poco. Tu hijo se bebe su champán de un trago. Se sirve una nueva copa. Tu marido deja el cerco mojado de la suya sobre la mesita de cristal con los aperitivos. Sécalo. Vuelve a sonar el timbre. Tu hermano te da su paraguas mojado y tres botellas de vino. Su mujer un ramo de rosas amarillas, el color que detestas. Ponlo en el centro de la mesa inmaculada. Di que te encanta.

Ponte guapa. Lávate el pelo. Maquíllate.


Durante los aperitivos muéstrate relajada. Sonríe. Aunque notes las uñas de la jaqueca arañando el lado derecho de tu cabeza. Discúlpate y ve por un calmante. A tu vuelta el champán y los aperitivos se han terminado. Guía a tus invitados a la mesa. Sienta a tu hijo a tu lado, así aseguras unos minutos de su conversación. No menciones su despido. Ni sus problemas económicos. No hables de política. Ni de religión. Ni de Israel y Palestina. Sirve los platos con el servicio de plata que te regaló tu suegra. Piensa que el cucharón empieza a oscurecerse y que deberás volver a sacarle brillo. Tu hijo se sirve el vino antes que a los demás. Pásate la velada vigilando su copa, el nivel del líquido rojo que sube y baja. Tu nuera te habla de su nueva dieta.
Ahora es vegana, una opción mucho más respetuosa con la naturaleza y el medio ambiente. La escuchas mientras cortas tu carne en trocitos pequeños. Tu hijo dice que eso le permite a él comer su parte de la dieta animal y se sirve más vino. Tu hermano y su mujer os cuentan sus vacaciones en Francia. Hablan maravillas de la comida francesa, de la bodega en la que compraron el Borgoña que han traído. De sus notas afrutadas, sus tonos de cereza y vainilla. De su color intenso y su complejidad en boca. No sabías que se podía hablar tanto rato sobre vino.
Temes el momento en el que su última botella se termine y abras la del supermercado. Pásate la comida recorriendo el espacio entre tu silla y la cocina. No has tenido tiempo de charlar con tu hijo. Tal vez ahora durante el postre, cuando por fin puedes relajarte, dejar la tarta en la mesa junto a los licores. Su voz empieza a sonar más alta, se ríe todo el tiempo. Vuelves a mirar su vaso. Tu marido le hace un comentario al respecto. Recuerdas de nuevo que tienes un marido.
Lo miras al otro lado de la mesa como a un desconocido. Su barba blanca te hace pensar en tu padre. Su tono te hace pensar en tu padre. Tu hijo responde con un ademán y tira la copa sobre el mantel. La mancha parece sangre, un accidente, una criatura atropellada por un coche. Vuelven a darte ganas de llorar.
Los invitados se marchan tarde. Ahora que no llueve, dicen. Dales besos y abrazos en la puerta. Agradéceles su visita. Disimula al notar el aliento a alcohol de tu hijo. Disimula al abrazar a tu nuera. Dile a tu hermano lo mucho que te ha gustado el vino que no bebiste. Dale a tu cuñada el resto del postre en un tupperware. Cuando cierras la puerta te sientes perdida. Tu marido está viendo la televisión con el volumen demasiado alto. Recoge los platos. Lava las copas. Ordena la cocina. Pon el lavavajillas. Desviste la mesa. Mira los pétalos de las flores caídos sobre el mantel como si les hubiese llegado el otoño. Pon detergente sobre la mancha. Debes lavarlo rápido, con el programa de lavado en frío. Desmaquíllate. Toma otro calmante. Métete en la cama. Lee. Duérmete. Cuando tu marido se acuesta horas más tarde, te despierta. Recuerdas que tienes un marido. Te preguntas cómo puedes haberlo olvidado.


Texto: Pilar Pérez

Ilustración: Grün, The Enda of Dinner


Escucha Manual para la perfecta anfitriona en la voz de Pilar

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