Acidita roja
Será una vez una niña de pueblo con una bonita cicatriz serpenteante gracias a la radiación. Su madre la querrá con locura, su abuela aún más. Llevará una capa con capucha descolorida por la lluvia venenosa y por eso por todas partes la llamarán Acidita.
Una noche volverá por el camino de asfalto roto con su pequeño farol de gasolina alumbrando las gotas heladas. Llevará una cesta vacía y un estómago más vacío. Sentirá cómo el aroma de las plantas incomestibles de la cuneta será eclipsado por el olor de un motor rugiente y animal. Por unos faros que devoran la luz de su linterna.
‒¿Dónde vas, pequeña niña? ‒preguntará el lobo con su corazón más acelerado que los pistones de su coche rojo.
‒Voy a mi casa a pasar hambre –dirá la niña mostrando su cesta vacía.
‒¿Vives muy lejos? ‒le dirá el lobo.
‒Oh, sí –contestará Ácida‒ ¿Ves aquella antena oxidada? Pues a la derecha justo antes de llegar al puente hundido está la casa donde vivía mi abuelita.
Un trozo de carne menos, pensará el lobo, que se consolará temiendo la dureza y sabor ácido de la vieja.
‒Puedo acercarte –dirá el lobo olisqueando el olor infantil de la niña decidiendo cual de sus dos hambres saciará primero.
‒Mi mamá siempre me decía que no debía irme con desconocidos.
Otro bocado perdido, pensará el lobo, que se consolará pensando que al menos disfrutará de la niña antes de degustarla.
‒Esos eran otros tiempos –contestará el depredador sonriendo‒ ahora en estas tierras solo quedamos desconocidos y hambre. Tengo algo de carne, tal vez podamos prepararla juntos.
Acidita temblará, se asomará por la ventanilla y finalmente se sentará en el asiento de cuero también rojo y responderá a la sonrisa cortante del conductor con un encogimiento de hombros.
El lobo entrará en la casa oscura salpicándose las gotas de lluvia, sin perder su sonrisa.
‒¿Y la comida, señor? ‒preguntará acidita con sus ojos tan grandes como la Luna antes de que cayera sobre el último océano.
‒Vamos a prepararla –dirá el lobo entrando en un dormitorio con una cama pequeña y pulcra.
‒Pero, señor, ¿no será mejor ir a la cocina?
‒Luego, ahora estás empapada y deberías quitarte la ropa.
‒Casi no me he mojado, mi capucha me protege.
‒Deberías quitarte la ropa –responderá el lobo relamiéndose y cogiendo a la niña de la mano, sintiendo la suavidad de su piel, pero también el frío de su mano empapada por la lluvia.
El farol hará que las sombras de la niña tirando hacia afuera y el lobo hacia dentro demuestren lo inútil de la acción infantil.
‒Qué manitas más suaves tienes –dirá el lobo mientras aparta la cesta a un lado.
‒Son para acariciarte mejor –responderá la niña mientras acaricia la espalda de la criatura.
‒Qué nariz tan bonita tienes –dirá el lobo mientras hace que la niña se arrodille.
‒Es para olerte mejor –responderá la niña rozando con su nariz helada la panza del cazador.
‒Qué boquita tan roja tienes –dirá el lobo temblando de excitación y poder tocando los labios de la chica, aún más fríos.
Los labios helados rozando su estómago, bajando, harán que cierre los ojos y gruña de placer.
‒Es para beberte mejor.
El lobo abrirá los ojos sin entender si sus orejas le han engañado y verá las sombras en la pared, pero ya no serán iguales. La sangre saldrá a borbotones de su abdomen, intentará revolverse, pero las manos gélidas se removerán en su abdomen haciendo que los mordiscos se conviertan en un sonido entre la carcajada y el aullido. Aunque realmente las carcajadas no serán suyas, sino de la niña alimentándose alegre entre la sangre y las entrañas del lobo. Unos ojos fríos y felices, su estómago caído frente al farol, un crujir de mandíbulas tan fuerte que acallará sus propios gritos de agonía.
Acidita entonces sí se desnudará, se duchará, sentirá su piel helada, olerá su cuerpo que algunos dirían muerto, se relamerá sus labios aún más rojos por el alimento recibido y finalmente se quedará el coche rojo y veloz. Y por eso a partir de esa noche todo el mundo la llamará Acidita Roja.
															Carlos Molinero nace en Madrid. Estudia Matemáticas y después guion e historia del cine. Su vida profesional se reparte entre la escritura y la dirección cinematográfica. También escribe teatro y novela. Ha ganado un Goya por la adaptación de “Salvajes” y un premio Minotauro de novela por “Verano de miedo”. Actualmente sigue escribiendo y pensando futuras historias para contar.