Un buen día
«Bego cariño, ¡¡¡muy buenos días!!! y tantoooo que lo son. Escucha Amor: ¡¡yajuuuuuuuuuuu!! Otra vez: ¡¡Síiiiiiiiiiiiiiiii!!, ¡¡limpio!!, ¡¡limpio!!, ¡¡estoy limpio!! Me lo acaba de decir la Doctora Codina, el tumor ha perdido casi todo su volumen, apenas hay rastro. Joder, casi le doy un beso. No puedo hablar ahora, la enfermera se está riendo de mí. ¡Grabo un mensaje para mi mujer!, sí, sí, bajo el tono de voz. Cariño, salgo de la Clínica y te llamo. ¡¡Limpio, limpio, limpio!!».
«Salta el buzón de voz, ¿no has acabado la guardia? Por favor cuando oigas esto, llámame enseguida. Charlie ha ido a coger el coche, en unos minutos saldremos de Pamplona. El Informe del alta te lo remite esta tarde por correo electrónico la Doctora Codina, por favor, rebótalo a Juan. Pedazo de mujer la Doctora, nunca he conocido una oncóloga con tanta sangre fría. Te envía un fuerte abrazo, no llegas a hacerte una idea la cantidad de gente de la Clínica Universitaria que me pregunta por ti. Veo aparcar a Charlie en la Avenida, te llamo luego en cuanto pillemos la autopista. Te quiero. No te merezco. Guapa».
«Llámame pesado pero me muero por oírte. No quiero llamarte al móvil de la guardia, seguro que andarás perdida por la UCI. Mi matasanos favorita, te quiero. Te quiero, y si no lo sabes, te quiero. ¿De qué te ríes cabrón?, Charlie se parte la caja. Venga, cuando paremos en Zaragoza, lo intento de nuevo».
«Cariño estamos solos. Charlie ha salido a repostar, en dos horas y media llegamos a Madrid. No hay mucha gente en esta área de servicio pero no quiero quedarme a comer. Se me acaba de ocurrir una idea, llama a mis padres y que Edu se quede con ellos esta noche. Los abuelos felices y nosotros más. No tengo muchas fuerzas pero te quiero para mí solo. Abre la botella de cava, la que me regalaron por la fiesta de amigo invisible. Quiero brindar contigo. Quiero celebrar mi suerte. Quiero continuar nuestra vida. Quiero volver a escribir. Quiero olvidar esta jodida pesadilla del cáncer. Quiero dejar atrás el miedo. Quiero…corto que viene Charlie. Lo sé, soy «un puto moñas». Y sobre ti recae toda la culpa. Te quiero. Guapa».
«Cariño la única neurona de Charlie por fin funciona. Se le acaba de ocurrir montar algo para mañana por la tarde, sólo los traviesos. En el foro de mujeres ya se ha lanzado la idea, una merienda rápida. En el garaje conservo la caja de vinos. Nos portaremos bien: un brindis, una buena tortilla de patata y a casa a descansar. Y de paso recuperamos la idea del viaje a Nueva York, hay ganas. Muchas ganas. Contéstame cuando puedas, ¿cuándo acaba la guardia? ¡Yep! A mí también se me acaba de ocurrir una idea…».
«Me ha encantado verte saltar de alegría. Ya me reñirás algún año bisiesto. Eres tan jodidamente responsable que ni el móvil llevabas encima cuando entré en la sala de descanso. Mejor, más sorpresa. Irrumpir en el hospital se me ocurrió a mi solito. Seguí la estela de sonrisas de tus compañeros y ahí te encontré. Cuando escuches este mensaje ya habrás acabado. Cuelga la bata y deja la medicina para otra vida. Guapa. Te quiero».
Aquel viernes 22 de abril resultó un buen día. Begoña salió disparada de su guardia en el Hospital 12 de octubre. El pequeño Eduardo plantó batalla en casa de los abuelos, mientras sus padres no dejaron de hacer planes durante toda la noche. Los «traviesos», sus amigos más cercanos, les acompañaron ese sábado por la tarde; mucho abrazo, degustación de tortilla de patata, un par de botellas de vino y la compra on line de los billetes de vuelo para Nueva York, el maratón les esperaba. La evidente remisión del cáncer de Carlos anticipó una espléndida primavera.
Begoña escuchó los audios de WhatsApp de su marido con verdadera alegría. Ese era su Carlos: expansivo, entusiasta, generoso, luchador, valiente,… ¿quién le iba a decir a él que le tocaría la funesta lotería del cáncer? El tipo denominado «Sarcoma de Ewing», un tumor no muy frecuente que afecta a adultos jóvenes. Carlos se asustó cuando el dolor de huesos atenazaba todo su cuerpo, perdió peso y movilidad, pero nunca el entusiasmo. Cada uno de aquellos primeros meses del 2022 pesó como una losa, hasta aquel inolvidable y luminoso 22 de abril. El tumor se había marchado.
Pero retornó, y esta vez se cobró su presa. El viaje a Nueva York fue cancelado, en su lugar Pamplona fue el destino elegido por los traviesos. Cada fin de semana acudían dos de ellos a acompañar a Begoña, ella se despidió por una larga temporada de su Hospital 12 de octubre. La Clínica Universitaria de Navarra se transformó en un amenazante nuevo destino, lejos de su puesto profesional, la mujer del paciente en grave riesgo sustituyó a la médica.
Una fresca tarde de octubre en Pamplona, Carlos cogió su móvil y grabó un mensaje: «Esto es para ti. Guapa. Sabemos que no queda mucho tiempo. Debe ser menos del que imagino cuando te veo salir por las noches al pasillo. No quieres preocuparme. No lo estoy. No tengo miedo. Te tengo a ti. Tenemos a Eduardo. Lo tengo todo. Gracias por tanto. Te quiero. Guapa». Apretó la opción de enviar y después de dejar el móvil sobre la mesita, se dejó vencer por el sueño.
Pocos días después, Begoña volvió a Madrid sin Carlos. Todo volvía a empezar, sin Carlos. El ajetreo de Eduardo, sin Carlos. La compañía de sus amigos traviesos, sin Carlos. El viaje a Nueva York, sin Carlos. Sin él, pero no se sentía sola. Bastaba con abrir su móvil, buscar en WhatsApp y la voz de su marido lo llenaba todo: «Bego cariño ¡¡¡muy buenos días!!!…».
Sí, pensó, aquel, iba a ser un buen día. Te quiero. Guapo.
															Tengo la suerte de haber nacido junto al Mediterráneo pero mi casa se encuentra en el Norte. Letrado de profesión y lector por vocación. Las mejores historias ocurren todos los días, y a veces, consigo darles forma en pequeños relatos. En el 2018, cursé el Máster de Creación Literaria en la Universidad Internacional de Valencia, que me empujó a disfrutar del noble arte de la artesanía de las palabras. Me considero aprendiz del noble arte de la Literatura, una tarea que siempre me reporta las mejores sensaciones.