El fin del heroísmo
“Creer tiene sus raíces en la emoción.
Saber tiene sus raíces en el intelecto.”
Thomas E. Sanders
Historia y Mitología son afines a la poesía y, de alguna manera, deben ser consideradas como poesía en prosa. Estando tan cerca de la poesía, las narraciones históricas y mitológicas antiguas, desde los tiempos de Herodoto, estaban concebidas para enardecer emociones. Eran leídas en voz alta, declamadas delante de una audiencia. Isócrates instaba a sus discípulos a considerar la narración oral de la historia como una forma de elocuencia.
Según Cicerón, el historiador debía ser no sólo académico sino, también, un artista de la interpretación. Es posible imaginar el efecto del relato de escenas de batallas, en los Anales de Tácito, ante un público receptivo. No hemos cambiado mucho desde entonces. Aún adjudicamos a nuestros héroes y heroínas el modelo clásico de virtud moral. Esperamos que se comporten de acuerdo a nuestro ideal. Héctor y Teseo, Ayax y Aquiles, como paradigma del valiente, encarnan al buen soldado, el que el dia antes de la batalla decisiva sabe que va a matar o a morir; Andrómaca y Penélope, se representan aún como dechados de fidelidad conyugal; Hipólita, Pantesilea y Camila, como mujeres guerreras. Y sigamos sumando. Sin embargo, en otra lectura menos lineal, Antígona es una típica adolescente, puberal en estado puro. No hay en ella una noción elevada de justicia. Simplemente se opone (Anti) y se rebela. Si hay una característica psicológica, esa es la vehemencia; independientemente de que Creón sea el autócrata que se erige en tirano, porque no le queda otra opción. Así como la venganza de Medea tiene otros matices, que el despecho ante el engaño conyugal de Jasón. En el mundo clásico la poligamía entre las clases dominantes era bastante común. Esos personajes femeninos no tienen voz propia, son los autores dramáticos que hablan por ellas, poniendo en su boca las palabras que nosotros, lectores, espectadores, asumimos como suyas.
Los mitos admiten diferentes interpretaciones, de acuerdo a como se los cite. Sería más sensato desmitificar a héroes y heroínas que, supuestamente, se oponen sistemáticamente al poder. Por lo general estas figuras míticas son parte de sistemas de poder. En la literatura clásica son los hombres los que hacen uso de la palabra. Es a partir de las epístolas de Ovidio que las mujeres pueden contar su propia historia, en justificaciones inventadas por el escritor.
El heroísmo es un conglomerado de acciones y osadías, respaldadas por la probidad moral (ética) de quién o quienes lo ponen en práctica, un héroe, una sociedad. Entre los siglos XIX y XX cambian el concepto y la figura del héroe, se subvierten los valores que lo tipifican. El eje del bien y el eje del mal se desplazan, apuntan en diferentes direcciones. Lo bueno y lo malo son referentes que responden a conceptos e intereses dispares. Los antiguos dioses, omnipresentes y todopoderosos, protectores y castigadores, se representaban triunfantes e infalibles, decidiendo y juzgando sobre las debilidades humanas. En cambio la modernidad acepta, alienta y excusa la posibilidad del fracaso, en dioses y en hombres. El héroe de ayer es el antihéroe de hoy. El heroísmo colectivo de Masada, de Numancia y de Fuenteovejuna son, hoy por hoy, inconcebibles, sólo reconocibles en la literatura. Lo que aún persiste es la crueldad como máxima expresión de la intolerancia, las masacres, los genocidios, las deportaciones, las limpiezas étnicas, las exclusiones masivas. Las catástrofes ejemplares y verticales de la tragedia griega son ahora desgracias sórdidas y brutales de individuos banales, mediocres. Detrás y por encima de los hombres ya no hay dioses que observan y deciden. En su lugar hay todopoderosas, consejos de empresa, intereses económicos y políticos, carentes de conciencia social e incapaces de redención. El egoísmo ha reemplazado a la fatalidad, la duda existencial ha reemplazado al conocimiento de sí mismo. La humanidad actual no representa más el triunfo del progreso, sino su fracaso. Esa condición nos hace emocionalmente diferentes. En lugar de la piedad, el terror y la revelación, las tres emociones esenciales de la tragedia clásica, ahora practicamos la psicoterapia, la autocrítica y el miedo al ridículo. Ya nada nos es extraño ni ajeno, salvo nuestro ego y nuestra psiquis, a los cuales cuestionamos a diario. La catarsis, esa purga del espíritu, se cura con el psicoanálisis. Ya no necesitamos expiar la culpa, existen medicinas y terapias para paliar esas molestias de la conciencia. La catástrofe final, obligada en la tragedia, la tenemos servida a diario en las imágenes con que nos bombardean para mantenernos informados, dicen, o para manipularnos, digo. El Apocalípsis, como revelación de la catástrofe y la imprudencia, ya está en marcha. Las epifanías nos vienen a través de la televisión. Nos han habituado a convivir con la desgracia. La nueva realidad se llama enajenación.
															Artista multidisciplinario. Escritor, comunicador, ex profesor de Arte Oratoria en la Universidad de Ciencias Políticas (Sciences Po) de París.