—¿Porque pesca aquí, si no hay peces? —la voz del niño lo sacó de su somnoliento estado. Los ojos brillantes del pequeño le recordaron a sí mismo a esa edad. El pescador le sonrió y no le contestó.

—Todo el pueblo sabe que las mojarras abundan del otro lado de la playa, allá al final. Mi papá me dijo que por aquí no hay nada. Si quiere yo lo llevo a donde pueda pescar algo. —El  sonido del suave oleaje no fue roto hasta muchos minutos despues cuando por fin el hombre habló.

—Puede ser que tu papá tenga razón. No he pescado nada en todo el día. —El pescador empezó a enrollar con calma la caña, moviendo hacia atrás la manivela del carrete con sus ajadas manos. Una vez que la línea estuvo fuera del agua, observó el anzuelo con calma, no tenía carnada. Por un instante el niño pensó que este hombre lo había escuchado y se disponía a guardar sus cosas e ir a otro lugar en donde tuviera alguna oportunidad de regresar a casa con la cena.

El niño permanció a su lado con ojos de curiosidad mientras el obstinado hombre, volvía a lanzar la línea hacia el mar.

El viejo se aproximó a una oxidada lata, desde donde extrajo un pedacito de pescado, con habilidad lo colocó de un solo movimiento en el anzuelo.

El niño permaneció a su lado con ojos de curiosidad mientras el obstinado hombre, volvía a lanzar la línea hacia el mar. Satisfecho con la tensión y la distancia que había recorrido, el hombre plantó firmemente los pies descalzos en la arena, manteniendo la caña estable en sus manos. 

—¿Perdón que lo moleste señor, pero no entiendo porque pesca aquí, si no hay peces? —el niño insistió. El viejo, volteo a verlo con ojos inundados de bondad — Porque yo no pesco solo para obtener peces, yo pesco porque soy pescador.